martes, 5 de noviembre de 2013

La militancia también sabe bailar la murga


La línea de árboles, junto con el tejido de alambres, es la entrada al terreno. La tierra está seca y los pastizales altos en el barrio El Futuro. El gigantesco tanque de agua ya casi no da sombra, acosado por fuerte sol de medio día.

Como la X marca el lugar donde está el tesoro, el cartel del Centro de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón (CTD), indica que este es el lugar: El centro popular Chacho Peñalosa. El olor es indiscutible: a tierra, a polvo.
Varios pequeños pies se mueven por la tierra, pateando de un lado a otro una pelota de goma que, por su aspecto, parece pedir que por favor paren. Los chicos ríen, gritan, se insultan mientras corren.

Detrás, cerca del fondo del terreno, hay una casilla de madera, muy precaria. En su puerta, un hombre joven, sentado junto con una muchacha, ceba mate, mientras ella, distraída, acaricia un gran de perro de pelo blanco y negro. Otro joven, con una remera de Boca, parado al lado de la pareja, observa a los chicos patear la pelota.
A la izquierda de la entrada, hacia a la calle, hay tres edificaciones. La primera es una casita de madera oscura, con un gran portón del mismo material, atrancado por una cadena y un candado. Este lugar funciona como un galpón. Una de sus paredes deja la marca de la militancia con una frase de Eva Perón: “Donde hay una necesidad, nace un derecho”. La otra pared, al lado del portón, tiene un cartel de chapa pintado con las palabras “Centro Cultural, Argentina al ALBA” y dibujado con varias banderas de Latinoamérica y la figura de un hombre y una mujer, al estilo cubista, con una guitarra y una mazorca.

La siguiente, es la construcción más importante. Una casa de ladrillos funciona como cocina y lugar para guardar los materiales didácticos de los chicos y sus juguetes, la comida y algunos instrumentos de la murga. La pared externa del lugar está pintada con imágenes de varias personas protestando. Sus rostros están cubiertos por pañuelos, son rostros enojados, rostros con bronca, por el pasado. Dos de ellos llevan largas varas en las manos y solo una de ellas es un mástil, cuya bandera, de todos los colores, cubre el resto del edificio. Al otro lado de la pintura, en un espacio reducido de ladrillo y concreto desgastado se lee una frase grafiteada “¡Futuro manda!”.

La ultima casa, es una precaria construcción de chapa, sostenida por algunas maderas que funcionan como columnas y en una esquina, se ve una frase del Che Guevara: “Cada corazón es una célula Revoluciona”. Por toda la pared exterior hay muchas manos pintadas, de varios colores. Son manos pequeñas, de todos los chicos del lugar. En el interior de la habitación, cuyo piso es de tierra, solo hay una mesa con algunas sillas y una manguera con un balde que funciona de canilla y la única fuente de agua. Más allá hay una extensión de chapa, un pequeño rincón, que funciona como baño.
Debajo de una gran galería que forman los tres edificios, hay una par de par de mesas y sentados a su alrededor un grupo de chicos de todas la edades, se dedican a pintar y a dibujar. Los protege la sombra del techo de chapa, el único refugio del sol.
Perros, gatos, personas, casas, castillos, elefantes, hipopótamos, caras sonrientes, cobran vida en las coloridas hojas de los chicos.
Apenas ingresan al lugar, los chicos de las agrupaciones que forman el Movimiento Estudiantil de Liberación, se distribuyen entre los chicos y una fiesta de besos y abrazos comienza.
De pronto, la paz se ve interrumpida. Un grito, un empujón, una caída. Los dos gladiadores se presentan en la arena de combate. Son dos hermanos, su altura no llega al metro. El que se calló se levanta, el otro lo vuelve a empajar. El partido se detuvo y alguien pide que paren. Llanto. Uno de los militantes los separa.
- ¿Hace mucho que se pelean?
- No, más o menos – Le responde el muchacho con remera de Boca.
Alguien anuncia que se terminó la diversión, que deben comenzar las tareas. Los chicos se niegan pero se dejan convencer fácilmente.
Sumas, restas, fracciones, vocabulario, silabas, historia, preguntas, hojas, muchas hojas con ejercicios para que los chicos puedan estudiar son llevadas por los jóvenes militantes. Los pequeños estudiantes, de todas las edades, se pelean, se equivocan, se corrigen y se ríen. Saben que más tarde volverán los juegos, los dibujos, el fútbol, saltar la soga, correr por el parque y hacer piruetas.

Se enciende la plancha, se corta el pan, se lavan las verduras. Para las tres de la tarde todos los chicos, militantes y personas del lugar tienen una hamburguesa en la mano.

Y ahora si, con la panza llena, aquellos que participan (en su mayoría mujeres) concurren al centro del patio para practicar lo que tanto esperan en la semana: la murga.

Ese baile que al compás de la percusión y el ritmo vibrante, es capaz de transmitir alegría todos los corazones del barrio.
Las peleas, los empujones, los llantos, las frustraciones de los chicos, no son nada comparadas con las risas, los juegos, el aprendizaje y la felicidad del Centro Chacho Peñalosa y aunque, quizás, muchas veces falten libros, lápices y los recursos sean escasos, los vecinos, dueños del lugar y los militantes de la agrupación, dan su mejor esfuerzo para que estos chicos crezcan felices, como buenas personas.

Porque ellos son El Futuro.

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